lunes, 26 de julio de 2010

Imbécil universal


La imbecilidad está considerada en medicina -en términos genéricos- como la carencia o escasez de inteligencia.

Últimamente parece que esta enfermedad tiende a extenderse, si juzgamos el comportamiento de una mayoría creciente de personas que, o bien carecen de una inteligencia básica para comprender expresiones sencillas, verbales o escritas,  o bien su nivel de comprensión no les permite entender la totalidad de la expresión, y entonces tienden a mezclar la escasa información que les ha llegado, con algo que conocen, lo que les imposibilita mantener un diálogo siguiendo una pauta de razonamiento simple y elemental.

Por lo que parece, las personas aquejadas de imbecilidad suelen sentirse atraídas por los mecanismos, quedando subyugadas por éstos. Al mismo tiempo, los imbéciles son conscientes de que pensar es un trabajo arduo que les provoca intensas molestias. Estas dos circunstancias fueron analizadas por ingenieros sociales a principios del siglo XX, concluyendo en estudios científicos que recomendaban la utilización masiva de éstos sujetos para desarrollar tareas simples y repetitivas.
Una persona de poca inteligencia resulta, en términos de producción, más barata que otra de inteligencia normal. La orientación mecanizada del obrero, suprimía la posibilidad de improvisación de éste, eliminando los movimientos inútiles del trabajador y evitando el retraso en la producción. El método resultaba tan perfecto que incluso fue etiquetado como organización científica del trabajo, y en torno al mismo fueron apareciendo evangelistas que anunciaban por el mundo industrial la buena nueva, nombrándola como teoría Taylorista, en honor al principal  padre de la criatura, F. Winslow Taylor.
Las personas aquejadas de imbecilidad, por cuya causa no podían aspirar a mejores puestos en la sociedad, vieron en éste método su oportunidad. Tenían la ocasión de realizar una función remunerada, y no era ni necesario ni conveniente utilizar el cerebro. En los casos más drásticos, la actividad cerebral queda totalmente prohibida. El resultado, patético, es lo más parecido a un robot con apariencia humana.

Pero el imbécil, cuando está realizando su función taylorista, necesita que el resto de la gente observe en él alguna circunstancia, alguna condición que lo haga excepcional (aparte del hecho de ser imbécil), y para eso precisa un poco de un sencillo entrenamiento.

La primera condición es que resulte imposible dialogar con él, y mucho menos intentar razonar, como podría resultar pretender que Gestapos como los de ésta foto, atendiesen en su momento a tipo alguno de razones, o a un simple intento de diálogo.









La segunda condición, dotarle de aparejos que le exciten el ego, preferiblemente en forma de indumentaria, especialmente uniforme, y en todo caso, aderezada con algún componente seudo-tecnológico, y a ser posible, de aspecto marcial.








El ejemplo más inmediato (y más popular) del aspecto visual de un imbécil lo tenemos en el llamado "soldado universal", en ése subproducto de la humanidad que bajo el halo de "dedicarse a la protección de los indefensos" (o sea, de todos los demás), puede destruir ciudades enteras sin pestañear con el ojo sano, y con un telescopio incrustado dentro del otro ojo. Aunque existen otras variedades mucho más peligrosas, relativamente sencillas de identificar.

Hoy en día, y en plena alarma económica, puede darse el caso de que el imbécil se mezcle con el necesitado en los recovecos de una empresa, pero mediante unas simples observaciones, estaremos en condiciones de detectar a un imbécil, incluso a distancia, tal y como sucede, por ejemplo,  en los denominados, y muy de moda en España, "colcenters", también llamados en inglés call center, o en lenguaje de andar por casa, centralitas de atención al público.

El primer síntoma de riesgo de dar con un imbécil es que el inicio de la conversación lo haga una máquina que dice imbecilidades (previamente grabadas por un imbécil). Aunque llamar a un teléfono al doble de precio (902) ya debería ponernos en alerta, lo peor es que la máquina te suelte sin solución de continuidad:
A) Que todos sus agentes están ocupadísimos (aunque por vergüenza no digan en qué).
B) Que no cuelgues y sigas esperando obedientemente a que les dé la gana de atenderte.
C) Que la conversación va a ser grabada, pero eso si: jamás por la seguridad de ellos. Siempre es por la tuya.
D) Un ruidillo estrepitoso, a modo de música para testear tu capacidad primaria de resistencia y de paso para ir haciendo caja.

Una vez superada ésta fase, el riesgo de aparición del imbécil es altísimo.
Si la voz de saludo inicial suena a mantra... malo.
Si tu exposición ha sido clara, pero no te ha entendido absolutamente nada... la cosa pinta fatal.
Si te resulta absolutamente imposible hacerle comprender cosas sencillas, que razone o establecer un diálogo simple, no hay duda alguna: el imbécil se ha materializado.
Si a continuación ya no te deja hablar y recita cosas estúpidas, hay menos duda: has dado con un imbécil. Pero ¡ojo!, que está la variante muda, en la que no te da muestras de reconocimiento de lo que le has dicho, y cuando has terminado añade aquello de "bien, no se preocupe".

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